Skip to main content

Nos pasamos la vida entera pensando en qué hacer y qué decir para seguir sorprendiendo a quien queremos

He vuelto a tener un cumpleaños ortodoxo, esto es, en pleno carnaval, y entre turutas y bombos, me ha tocado estrenar una edad que me aproxima a un sentimiento que me hace ver cosas que antes creía vacuas o lejanas, volverse ligeramente trascendentales.

Me van rodeando círculos sociales donde cada vez es más fácil ver nuevas incoporaciones que vienen en carrito, otras que llegan inesperadamente, normalmente por trabajo, otras que desaparecen y algunas, las menos, por qué negarlo, que aguantan impasibles tal cual las conocí, a pesar de todo. Y a todas ellas les coloco encima un marcador solo visible para mí, como aquellas barritas que acompañañaban a los Sims y nos chivaban su estado general. Les pongo la barrita del amor.

Las barritas naranjas las pongo sobre las cabezas de esas historias que escucho sobre broncas simples que desembocan en absolutas tormentas. Historias donde el miedo se impone a una relación que a todas luces lo tenía todo para salir adelante y que se deshace sin más.

Las barras rojas, a punto de tocar el vacío, coronan episodios sobre infidelidades tan surrealistas que harían sonrojar a cualquier guionista turco. Compensando, del otro lado, las barras verdes van directamente sobre las relaciones que crecen y florecen desde el principio con entereza, y que despiertan envidias y desconfianzas, como si quererse y hacer funcionar una convivencia desde el primer segundo tuviese unos plazos preestablecidos que hubiera que cumplir a rajatabla, y de no hacerlo, activasen de repente las alarmas de una policía de lo emocional entrenada para detener cualquier posible transgresión. Parece que quererse muy pronto está mal visto, sobre todo por parte de quien ya no sabe hacerlo.

Como tuve la enorme suerte de criarme en una casa donde el amor se palpaba a cada segundo, he crecido con el convencimiento de que el amor es algo sencillo, que no exige grandes esfuerzos ni sacrificios terribles. Como una suma y una resta en un papel, simplemente se hace. Sin más. Es una figura que entra sin obligación ni excesivo empuje en su hueco. Círculo con círculo. Cuadrado con cuadrado. Eso, claro, es mi percepción. Ocurre que por lo general jamás nos atrevemos a hacerlo simple, porque, como esas figuritas geométricas con las que jugábamos cuando éramos pequeños, de tanto esfuerzo que invertimos en querer colocarlas donde no debemos, acabamos deformándolas, chafando sus esquinas. Acabamos rompiéndolas.

Nos pasamos la vida entera pensando en qué hacer, qué decir, para seguir sorprendiendo a quien queremos, o a quien queremos querer, cuando quizás saber querer y saberse querido parte de la sencillez más absoluta, como la de un silencio compartido sin incomodidad. Como una lectura a dos. La contemplación de un paisaje, o los infinitos segundos de un abrazo en la cama. O como bien apuntaba en este artículo mi admiradísima Laura Ferrero, que se ha vuelto viral con toda justificación, y que viene a resumir perfectamente cincuenta de cada cien conversaciones que suelo tener con esas amistades y personas más o menos conocidas sobre el amor, con todo lo que supone, es bastante más sencillo de lo que pensamos, y de lo que queremos.

One Comment

  • Maravilloso, me ha encantado esta forma tan elocuente de hablar del amor, del solemne y sencillo amor entre las personas.
    Y como amigo y compañero tuyo,que no se ha enterado de tu cumpleaños, con todo cariño: felicidades, compañero del alma, compañero.
    Gracias por escribir de esta manera.

Deja un comentario

error: ¡Contenido protegido! Prohibida la utilización de imágenes sin permiso.