Skip to main content

La política, ese deporte que ahora se practica desde los juzgados, hace tiempo que se olvidó de Extremadura

Hay muchas maneras de celebrar un acontecimiento inesperado. En Extremadura, por ejemplo, que un tren llegue de Madrid a Plasencia se celebra con churros, chocolate y café, u otros dulces, que a raferillos pocos nos ganan. Viendo esas imágenes, que parecían las de una bienvenida en un hotel de Benidorm, recordé aquella protesta en Madrid, allá por 2017, en la que miles de extremeños se reunieron en la plaza de España de Madrid pidiendo la llegada de un tren digno. Parte del gobierno socialista de la región iba en tren esa mañana hacia Madrid, capitaneado por un Guillermo Fernández Vara que repartía perrunillas como si la protesta estuviese patrocinada por una pastelería de la que él fuese el primer socio capitalista.

No hace falta escarbar mucho para encontrar el símil. Pero uno, que ya empieza a ser desconfiado, prefiere tomarse las cosas con humor, y pensar que lo de los churros iba con retranca, como lo de Vara. Y como cualquier dignidad que tenga que ver con el tren. O con la de los aviones, que también tienen la suya. Todos tenemos una dignidad, vaya, que conviene revisar de cuando en cuando, como los Alvia o los antiniebla de un aeropuerto.

Porque a estas alturas, ¿qué vamos a esperar? Ni tres días ha durado la alegría. Algunos de los que mojaban churros en plena celebración seguramente no hayan hecho aún su digestión cuando una de las líneas del esperadísimo tren ya ha sufrido su primera cancelación. La normalidad, para qué engañarnos. Lo sorprendente hubiese sido que saliese en hora y tardase tres en llegar, para lo que me temo que cualquier extremeño al que semejante milagro le pillase en Madrid, se vería en la obligación de comprar churros. En Madrid. Y eso sí que sería una desgracia. Así somos y seremos.

En cualquier encuesta que vean publicada sobre cuánta españolidad somos capaces de soportar y digerir como españoles, los extremeños siempre estamos entre los primeros. Somos una españolísima región que todavía no se permite el lujo de cortar carreteras y vías de tren, de elevar la protesta por lo social hasta lo político, o al nivel de una conjura o una revolución, como otras regiones que, siendo menos españolas y al parecer, mucho más maltratadas, cortan las vías de un AVE que les deja en Madrid antes que al resto, para que les dé tiempo a la vuelta, espero, de hacer perrunillas y de comer churros toda vez que se les han dado las debidas explicaciones.

Podemos darle todas las vueltas que queramos al recetario de dulces de la abuela, y no digamos ya al concepto de dignidad. La política, ese deporte que ahora se practica desde los juzgados, hace tiempo que se olvidó de Extremadura, porque los primeros que han perdido la memoria son quienes la ejercen y se juzgan desde aquí. Da igual si es para gestionar un conservatorio, una licitación ferroviaria, o sortear cabezas de camino a la Asamblea. La cuestión es que, si nos representan, ya nos vale, y si no lo hacen, es porque hemos dejado que se representen a ellos mismos.

Como en Madrid, donde se tarda mucho en llegar, todavía no hay nadie que se acuerde de lo que tardó en aparcar el tren cuando llegó a Atocha, así seguimos. Por lo menos nos pilla con churros y con chocolate.

Deja un comentario

error: ¡Contenido protegido! Prohibida la utilización de imágenes sin permiso.