Skip to main content

Cuando uno no quiere saber nada suele criar cara de ignorante por muy guapo que sea.

La primera vez que vi a Pedro Sánchez fue en 2015. Vino a Badajoz a un acto organizado por el PSOE regional junto a socialistas portugueses. Como una estrella del rock o del cine, se tenía que quitar a la gente de encima; nuestro Reagan, llegué a escuchar, salvando claro, las distancias, no solo ideológicas. Todavía me sorprende el recuerdo de aquellas multitudes exaltadas persiguiéndole como a un profeta, y en particular, un grupo de señoras que, poseídas por un subidón groupie, se decían que cómo no iban a votarle, ¡con lo guapo que era!

Para qué hablar de aquellas primarias ganadas al aparato, a Madina, al tiempo y contra todas las corrientes posibles, ingredientes perfectos para una épica que empieza a merecerse una novela, una película, una serie, una zarzuela, lo que sea, como nuevo reclamo de cualquier plataforma.

Sánchez era guapo, y me temo que todavía hay quien piensa que lo sigue siendo, en contra de cualquier otro criterio, incluso ahora que la épica está quedándose muy por detrás de la tragedia. Lo mismo se dijo en su día de Felipe González y hasta de Suárez, puede que incluso de Aznar. Los criterios en política son tan inexcrutables como los de cualquier dios, pero bien es sabido que para quien reza desde la soledad y la oscuridad de la izquierda, el demonio viene por la derecha o en forma de caja B, como si los escrúpulos fueran el único dogma y la vergüenza, obligación. Cada vez menos, es cierto. Tampoco es que exista mucha entre quienes rezan a otros dioses, por mucha experiencia que tengan juntando las manos.

Lo alucinante es que todavía haya quien se dé por sorprendido, por descolocado ante cualquier sobresalto allá por donde el rosal absoluto, como si les pillase de sopetón una ola de calor en pleno junio. No le correspondía a ningún número tres meter la mano donde no debía; es más propio de números veintitantos o treinta y tantos. Nos han hecho creer que cuanto más arriba está el balcón, menos se huele el quemado de los pisos bajos. Pero es evidente es que las habas se siguen cociendo, y cada vez se reparten más pucheros.

Sorprende a estas alturas la sorpresa general, y que esta se extienda como un remolino de polvo antiguo y aún por descubrir. Nadie sabe nada, y te hacen creer que es creíble, porque cuando uno no quiere saber nada suele criar cara de ignorante, por muy guapo que sea. El majestuoso espectáculo de desvergüenzas al que se nos ha acostumbrado desde el pleistoceno de nuestra democracia es tan palpable que al final, ¿cómo no votar al menos feo? Pedro Sánchez no lo es y con eso nos vale. El resto es la base de esta sopa que hay que comerse esté más o menos fría.

Recuerdo que Zapatero, a la postre presidente de la crisis, cada cual que elija la suya, pasó a mejor vida política tras un resbalón económico con palmadita dolorosa made in Solbes incluida, pero jamás se le reprochó un sonado caso de manos largas. He llegado a pensar que, como no era tan guapo, no pudo sobrevivir a sí mismo. Porque si algo nos queda claro después de tantos años de presidentes Clooneys, es que está muy mal visto no ser guapo. Desde un selfie, ¿a quién le importa otra mordida?

A cualquier guapo le duele la cara desde un móvil ajeno, lo vigile o no la UCO. Jamás le dolió a Felipe González, a Aznar, y probablemente tampoco a Pedro Sánchez, pero, ay, qué mal han llevado Zapatero y Rajoy lo de no estar en la línea de un anuncio de cafeteras. Y es que como siga habiendo quien compre el anuncio antes que el producto, nos queda guapura para rato.

2 Comments

Deja un comentario

error: ¡Contenido protegido! Prohibida la utilización de imágenes sin permiso.