No hay misión más jodida en esta esquizofrenia que llamamos vida que seguir adelante cuando el pasado pesa más que uno mismo.

De pequeño me enseñaron, supongo que como a buena parte de mi generación, que huir era de cobardes. Huir, en las películas, era síntoma de que las cosas no iban bien, de que la derrota estaba cerca. En la huida siempre solía morir algún personaje querido, o ardía algún pueblo, o algo o alguien acababa extraviado. Con el tiempo me he acabado dado cuenta de que huir es lo más parecido a decirle al mundo basta, hasta aquí, me voy, ya si eso nos vemos en otro momento. Huir es, en definitiva, tomar un poquito de aire cuando se quiere seguir corriendo.
Pasa lo mismo con las segundas oportunidades, que es como huir de lo que uno ha sido hasta un momento concreto, y empezar de nuevo. El mundo se lleva mal con las equivocaciones y con los reinicios. Se asume que triunfar, amarrar el éxito, debe ser un ejercicio continuo de perfección absoluta donde no cabe el fallo. Así, uno acaba siendo elegido el mejor cantante, el mejor cocinero, el mejor superviviente, la mejor pareja, solo porque en ningún momento ha cedido en el empeño de llegar hasta el objetivo final, sin importar, y eso es lo más importante a fin de cuentas, en las consecuencias del viaje.
Irónicamente, mi generación, y al menos dos anteriores y posteriores, también ha crecido con videojuegos, ese submundo donde solo se puede avanzar con destreza, pero fallando. El esfuerzo a base de aporrear botones y curando el mamporro a base monedas es la metáfora perfecta de que esfuerzo y oportunidad van de la mano, pero al menos entonces, el fallo formaba parte de la ecuación. Es en el momento en que empezamos a aceptar que huir es de cobardes cuando acatamos que las consecuencias no importan. Y ahí empieza la fatalidad.
Por eso me gusta encontrarme con personas que han sabido huir pese a todo. Les admiro. No hay misión más jodida en esta esquizofrenia que llamamos vida que seguir adelante cuando el pasado pesa más que uno mismo. Hay personas que dejan atrás versiones de sí mismas que costaría encajar en cualquier otra vida, y sin embargo, resisten. No, huir no es de cobardes. Huir es la continuación de todo cuando la salida es el precipicio. La épica de la hecatombe como cara b del éxito es humo, una romantización absurda de la derrota como purificación desde el sufrimiento. Catolicismo en monodosis para convencernos de que la redención es prima hermana del sufrimiento. Ni de coña, vamos.
Para ser el mejor cocinero sin fallar es probable que uno pierda un dedo. Para ser el mejor cantante es posible que se deje uno por el camino buena parte de su rédito social, no digamos ya, en términos de dignidad, lo que supone pelear en prime time por un supuesto amor absoluto.
Huir, seguir, meter otra moneda y que la partida continúe, es el verdadero triunfo. Lo demás es un invento para hacernos creer que estamos cerca de llegar a una cima que cada día que pasa está más cerca de acabar convertida en religión. Y ya sabemos que cuando la fe es el camino, cualquier devoción es buena. Y esa sí que, visto lo visto, es una buena forma de cobardía.

Por dios que eres bueno comunicando emociones. Gracias por este y todos los artículos que enriquecen esta página. Un abrazo grande