El verano, escuché una vez, es la mejor estación para quien tiene dinero. Hoy más que nunca

Es evidente que a la mayoría le encanta el verano. Solo hace falta ver lo que ocurre en marzo cuando empieza a hacer calor: empiezan las prisas por estrenar camisetas y camisas, o el afán por airear colores claros. Quien tiene la bicicleta olvidada en el trastero la saca a pasear más por ella que por sí mismo, las terrazas cobran sentido (si es que alguna vez lo pierden, aunque no lo tengan en absoluto) y pululan por las redes las primeras fotos de pies, o las de manos agarradas con un pedazo de azul de fondo. Poco a poco los días se van precipitando hacia ese punto de cocción que inexplicablemente, la mayoría ama, adora, idolatra. La mayoría, claro, solo porque sea más, no tiene por qué tener razón.
Se suele decir injustamente que el verano es irreal, como si no formase parte de la realidad que nos subyuga. Estar a cuarenta y cinco grados en una parcela o en un tejado es tan real como acatarrarse en una oficina por culpa de los dieciséis grados del aire acondicionado, y ambos episodios, por sorprendente que parezca, forman parte del mismo libro. La realidad, sí, también le guarda su hueco al verano, pero empieza a desconcharse el brillo de su fama infundada, de estación donde se sueña (maldito Shakespeare) y todo es eterno mientras dura, ya sean las ganas o la cartera.
Este año tan esquizofrénico pasará a la historia por ser el del verano más caluroso, con permiso del próximo, y por ser también el de las grandes ausencias donde empezó a fraguarse el mito. Sorprenden las fotos de las calles ahora casi vacías de una Barcelona que antes no podía tragar las olas de turistas, como Mallorca, como Málaga, como tantos otros destinos que empiezan a desangrarse de éxito. Como si el éxito dependiese de la cara dura de algunos, y de la capacidad para taparse la nariz a la hora de pagar de otros. El verano, escuché una vez, es la mejor estación para quien tiene dinero. Hoy más que nunca.
Por eso celebro, cual Grinch equinoccial, la llegada de esta estación en peligro de muerte, este entretiempo que a quienes morimos por encima de los veintiún grados nos rescata del desfallecimiento, con sus mañanas gélidas y sus mediodías templados, con sus rebecas, sus cafés humeantes, sus días todavía plácidos en los que se puede comer sopa y cenar tomate rajao; sus noches de terraza y pub, de paseo y serie, de carrera y libro, sin importar ni por asomo la hora.
Y lloverá, y es más que probable que volvamos a mirar de reojo el cauce de los ríos, y a entender el significado de las palabras hectómetro y cúbico. Son malos días para quienes viven de los ventiladores, pero buenísimos todavía para los que no recordamos donde está la alargadera que abre hueco al brasero. Son, por supuesto, malos días para los y las narcisistas de bikini y tableta. Es la estación de los poetas, la estación ciega donde, ya lo sabía Sabina, no sorprenden quienes ahora tienen que moverse en la penumbra de los abrigos y las cazadoras.
Es otoño, y lo celebramos quienes podemos por fin elegir sin mirar el termómetro ni la billetera. ¿Quieren piscina? Tienen las climatizadas abiertas. Para todo lo demás, esperen a junio. Pero corren el riesgo de que ya no quede nadie dispuesto a morir de verano. Como para no entenderles. Como para no entendernos.

The author beautifully captures the contrast between the oppressive summer heat and the relief of autumns cooler weather. Their sarcastic yet relatable tone really makes me feel the shift in mood. A must-read for anyone feeling the heat!speed stars hack
This piece vividly captures the stark contrast between the opulent summer lifestyle and the struggles of the average person, especially during extreme heat. The authors humorous yet critical tone makes the commentary relatable and thought-provoking.basket ball bros
Querido Lázaro, dices verdades como puños. Lo expresas también que cuando terminas la reflexión te entran ganas de leer más. Gracias por tu genio y compartirlo.
Un abrazo Faustino Lobato
Qué gracia me da esta entrada. Este verano, que parece una parodia escrita por someone else, nos recuerda con ironía que la realidad es caprichosa: unos sufre por los 45 grados, otros por el aire acondicionado eterno. El autor, con su humor británico, nos lanza una mirada cómica a cómo el éxito se mide en cara dura y nariz tapada. Aunque celebramos el otoño con sus mañanas gélidas y mediodías templados, es gracioso ver cómo algunos siguen buscando la alargadera para el brasero. En fin, una reflexión que nos hace reír y, a la vez, nos recuerda que cada estación tiene su momento, y su parodia. ¡Qué maravilla el lenguaje!