Skip to main content

En un mundo en que todo lo que tocamos se deshace en segundos, recordar es algo casi revolucionario

En una cinta y después en un cedé, que quemábamos, una y otra vez, haciéndonos pasar por ellos, le dábamos todas las vueltas posibles a aquellas canciones. Con el palo de un cepillo sujeto al hueco de un recogedor, mi hermana hacia las voces, y yo me inventaba una guitarra que tocaba sin saber. Nos la sabíamos todas, como todas las personas que conozco que tienen mi misma edad, y como una inmensa mayoría más mayor. Poco a poco he ido conociendo a gente más joven, mucha menos es verdad, que también sucumbió a ese hechizo. No fue para menos. No lo es.

Es fácil dejarse arrastrar por la corriente de una pugna entre equipos. Forma parte del espectáculo. Pero es evidente que hay quien parte con ventaja: la nostalgia tiene un ingrediente esencial que convierte cualquier posible debate en una mera discusión de bar a muy altas horas. Que sí, es fácil entender a Leire Martínez, compartir su despecho, su desilusión. A quién no le gusta ponerse del lado de los perdedores, aunque solo sea un ratito, para recordarse que todavía existe justicia en este mundo. Luego, cuando los pañuelos se acaban, volvemos a esa parte de la película en que las lágrimas de alegría le dan codazos a las de disgusto. Todas las personas que agitan el brazo desde el barco de la ya excantante de la Oreja de Van Gogh olvidan, quizás con cierto interés, qué fue de la anterior cantante, y por qué estamos donde estamos.

Ninguna segunda parte es buena, dicen, pero solo cuando no te apetece. Todo el mundo sabe que como mejor se disfrutan algunos platos es de un día para otro. La diferencia es que, con los mitos, uno siempre espera todas las segundas venidas posibles. Un amigo me contó una vez, recordando el día que Camarón murió, que sintió verdadera pena por todos los Camarones que se quedaba sin escuchar. Lo que quedaba, por supuesto, se volvió eterno en ese mismo instante. Todos los mitos que nacen cuando mueren se celebran desde el sufrimiento y la resignación: se llora por lo que queda por disfrutar, no por el legado inacabado que dejan, que ya es bastante.

Claro que es fácil entender a Leire. Pero por supuestísimo que quienes crecimos de la mano del mito nos íbamos a subir al barco de Amaia. Esto no va de música. Va de recordarnos a nosotros mismos cuando fuimos, qué duda cabe, mucho mejores, mucho más felices, mucho menos despreocupados, mucho más jóvenes, mucho más niños, en mi caso. Esto va de nostalgia. Porque en un mundo en que todo lo que tocamos se deshace en segundos, que nada dura más que lo que tarda en llegar el siguiente estímulo, recordar es algo casi revolucionario. No digamos ya revivirlo.

Nada va a ser igual ni nada va a transportarnos a unos yoes muertos y enterradísimos entre capas de adultez, responsabilidades y sufrimiento. Pero ahí estaremos, pensando que algo queda, algo que todavía se remueve de la misma forma que lo hizo hace veintitantos años, haciendo de la música un juguete, una diversión, la misma felicidad. Como para no querer al menos comprobar si todavía funciona.

Deja un comentario

error: ¡Contenido protegido! Prohibida la utilización de imágenes sin permiso.