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Volví a un momento en el que yo era pequeño y mi madre no estaba, pero estaba mi padre, y supe que tuve suerte

En un bar indeterminado se juntan varias personas que intuyo, por la conversación, son de la misma familia. Abuelo, abuela, tío, tía, cuñado, cuñada. Una muestra interesante.

Mi intuición sigue trabajando, porque no es delito, al menos de momento, usar el oído cuando lo llevas puesto, así que acabo por suponer que el encuentro es culpa de una pareja joven que llega minutos después, con un bebé que sostiene el chico de la pareja. La mujer más mayor del grupo, al que le doy el título de abuela, dice, “pero qué padrazo estás hecho, con la niña encima siempre”; a lo que el aludido responde, “bueno, ella es una madraza también, y esté bien que se lo recuerden.”

Fue una escena encantadora más por ese momento que por todo lo demás, que no deja de ser una postal de lo más corriente. En otro bar, días después, otra pareja, esta vez con dos criaturitas, lidiaban con un arroz. Ella se levantó para ir al baño, y yo, que siempre hago trabajar a los ojos cuando los tengo de servicio, intuí que tenía la necesidad de ir a cambiar al bebé más pequeño. Él se quedó en la mesa, hablando con otra persona que le acompañaba. Ella se fue sola al baño, empujando el carro y llevando a su hijo en brazos. Madraza. Dos maneras de ver la vida, intuí, supuse. Concluí.

Y me acordé de mi madre, de mi padre, de mis abuelos, de mis tíos, de mis tías, mis primos, y de mis amigos y amigas, y sus padres, madres, abuelos, abuelas, tíos y tías, de sus familias enteras o medias.

Me acordé de toda la gente que alguna vez ha formado parte de mi vida con sus vidas aparte, o si no de todas, de muchas de esas personas que en algún momento pasaron por mi mundo como yo pasé por el suyo, y de ahí, pasé directamente a un espacio temporal paralelo, uno en el que mantengo, una vez más, los eternos debates sobre la conciliación, lo que supone la maternidad, la paternidad, los hijos, y todo ese relato manido sobre la felicidad, la importancia de la familia, y demás monsergas. Volví a esos momentos sabiendo lo que ahora sé: cómo era ser madre y ser padre. Y ser abuelo, abuela, tío, tía. Volví a un momento en el que yo era pequeño y mi madre no estaba, pero estaba mi padre, y supe que tuve suerte. Yo al menos, sí. Pero no fue nada común.

Pensé que, si de verdad hemos llegado tan lejos en tantas cosas, no habrá sido para mal. No al menos como para entender que una madre sola, nunca es una madraza, y un padre implicado nunca es un padrazo. Que las heroicidades a veces se camuflan de imposición, y que desandar todo el camino para volver a cuando ningún hombre se levantaba de la mesa salvo para fumar y rellenarse el vaso, tiene poco que ver con la libertad y las lejanías. Ni siquiera con la igualdad.

Como poco, es respeto, y si rascamos un poco más, amor. Del que sale cuando hay una convicción seria en que lo compartido es todo, hasta la necesidad de decir basta con las imposiciones, la nostalgia absurda, la posesión, y la regresión. Ningún tiempo pasado es mejor cuando no se elige. Seas a no un padrazo.

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