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“Hola Abraham, teniendo en cuenta tu disponibilidad, la primera fecha que tiene abierta Abel es el miércoles dieciséis a las veinte horas. Confirmamos para cerrar y reservar el aula virtual”, decía el correo electrónico.

Aquí estoy, frente al ordenador, pero he llegado diez minutos más tarde de la hora de tutoría. Estoy en casa, por primera vez en lo que va de curso. Todo un reto con el ruido de siete habitantes y varias mascotas. Son las ocho y doce cuando consigo conectarme del todo, y hago tiempo por si se inicia la reunión. Aguardo, aunque imagino que el tutor se habrá aburrido de esperar. Un par de minutos más y le envío un correo con mis disculpas.

Es inusual este silencio en casa, debería disfrutarlo, en vez de mirar tantas veces el reloj. Están todos en la planta baja, el pequeño en el baño con Eva y los demás en su planeta adolescente. Las veinte trece, abro el correo y ¡Arranca la videollamada!

  • Hola Abel, disculpa el retraso, ya pensaba que no estarías.
  • Me has pillado de chiripa, iba a salirme y a cerrar cuando te vi.

Su nombre en la pantalla estaba mal escrito, se leía bAel. Tenía muchas esperanzas puestas en este curso de escritura creativa, y estaba aprendiendo, aunque Abel nos repetía “Los textos son todos muy malos” en cada ejercicio.

  • Bueno, Abraham, tras sufrir detenidamente tus trabajos, en mi opinión creo que todavía hay solución. ¿qué serías capaz de dar para escribir bien y sobretodo para tener éxito?
  • Pues, tiempo, esfuerzo, leer más y escribir más también.
  • Eso está bien, pero en gran medida todo ello depende de variables externas, me refiero a algo que ya tengas.
  • ¿Dinero?
  • No, piensa en cosas más importantes

Me tomé un tiempo antes de responder, no lo entendía del todo y pensé en tomármelo como un juego y jugar, ¿por qué no?

  • Mi hijo pequeño, Seth, es un diablillo, te lo puedes quedar, pero sin devolución – Reí, aunque me sonó extraña la carcajada.

El ruido de la conversación y las risas atrajo a Eva, que pasó detrás mía como por casualidad

  • ¿Este es tu profe? Anda, tiene un peque muy parecido a Seth.

No reparé hasta entonces en un niño rubito y de la misma edad que el nuestro, subía unas escaleras a espaldas de Abel, que se volteó para decirle algo que no entendí. El pequeño se giró para saludar.

  • ¡Ostias! – Cerré de un golpe la pantalla del portátil, era Seth, pero ¿cómo?
  • ¿Qué te pasa?
  • Nada, nada. ¿Y Seth?, ¿dónde está?
  • Abajo, en su habitación.
  • ¡Seth!, ¡Seth! – Sin respuesta, bajé las escaleras de dos en dos.

El corazón me martilleaba la cabeza, ya en la planta baja me calmé. Resultaba de locos, tantos pensamientos en cascada, y conseguí tranquilizarme. Las palabras de Seth al final del pasillo sonaban a música. Y allí estaba, con su camión de bomberos favorito apagando mis miedos. ¿Por qué me asusté tanto y reaccioné así? No tenía sentido este golpe de pánico, demasiadas películas de terror. El abrazó de Seth me condujo a una reconfortante amnesia.

  • ¡Qué susto me has dado! ¿Todo bien? Estás blanco todavía – Me tranquilizaba Eva con su mano en mi cara.
  • Nada, se me había metido una estupidez en la cabeza, será tanto estrés.
  • Necesitamos unas vacaciones, a propósito, no sé si es un spam, pero me ha llegado un correo de tu escuela de escritura creativa. Dice algo sobre un premio para publicar un libro de relatos, te lo reenvío, lo reconocerás porque la secretaria que lo envía se llama Lilith.

En la bandeja de entrada había dos correos de la escuela. El reenviado por Eva, en el que me concedían una beca para escribir un libro de relatos, con un PDF adjunto con las condiciones del contrato.

El otro correo era más escueto, pedía disculpas por la clase de hoy que Abel no pudo impartir, debido a un problema de salud y me proponía varias fechas para recuperarla.

Juan Manuel González Flores

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