Mucho peor que no obedecer las reglas del grupo es no obedecerse a uno mismo

Hablo con una amiga con la que hace bastante que no cruzo palabra alguna, y a la que le recuerdo que nos conocemos desde hace más de quince años. Tardamos poco en ponernos al día, en actualizar nuestro estado general, itv emocional por la que necesariamente se pasa cuando te encuentras con una de esas personas a las que mantienes en el limbo glorioso del tiempo suspendido, esto es, como si no hubiese pasado absolutamente nada; la confianza se mantiene intacta, invulnerable a los avatares del tiempo, conservada en ese formol milagroso que muy pocas veces regala el destino a según qué amistades que saben consolidarse pase lo que pase, como el primer día.
Que si estamos bien, que si todo va más o menos guay, en fin, lo típico. Poco a poco la conversación se va tornando en una reflexión profunda, en una explotación a cielo abierto de lo que somos, y como al final me suele pasar, acabo haciendo sociología del momento. Me cuenta que empieza a hacérsele bola esto de conocer gente e intentar ir más allá. Yo le pregunto qué es eso de ir más allá y me contesta que eso, ya sabes, lo de comprometerse. En cualquier contexto es arriesgado, le digo. Ya, me dice, pero si encima le pones distancia. Acabáramos, pienso, y también se lo digo tal cual me viene.
Como a ella, veo a demasiada gente dentro de una dinámica de hartazgo que ha empezado a llevarse por delante también la ilusión casi limpia que le presuponíamos al amor, y por qué no decirlo, incluso al sexo. Me reconoce que hasta de eso está cansada, que eso del aquí te pillo aquí te mato tiene su gracia un tiempo, pero que después, como quien come lentejas todos los días, acaba aburrida de tanto hierro. Como si nada apeteciese ni saciase. Mi reflejo es consolarla y decirle que todo llega, pero ¿y si no?
Es jodido pasarlo mal en una época en la que la felicidad, real o fingida, no es que sea una obligación, es que es la moneda de cambio de cada contexto social en el que nos movemos. Agobia ver a tus amigos teniendo hijos si tú no los tienes porque, dicen, traen la felicidad. Agobia ver a tus amigos en el gimnasio si tú no vas porque dicen, te cambia el chip. Agobia ver a tus amigos en curros donde ganan pasta y concilian mientras tú no tienes eso porque joder, es otro rollo. Todo agobia cuando no eres tú quien protagoniza esas historias. Pero la realidad es otra, y así se lo traslado a mi amiga.
La realidad es que jode no compartir momentos ni estados de ánimo, y aunque la soledad no escogida sea una putada, es una bendición en comparación con la compañía forzada de círculos sociales donde uno termina por no reconocerse a sí mismo. La persona más feliz del mundo con pareja puede sentirse miserable en un círculo de solteros al que ha pertenecido desde hace mucho, porque, como en los partidos políticos, nada hay peor que no respetar la democracia interna del grupo, pero siendo honestos, mucho peor es no obedecerse a uno mismo.
Pasará, le digo, y lo sabrás. Porque estas cosas no se buscan, simplemente llegan. Mientras tanto, lo mejor que uno puede hacer es alejarse hacia adentro o acercarse a sitios de donde nunca tuvo que haber salido, que normalmente suele ser uno mismo, antes de que los demás le dijesen lo que estaba bien, mal o lo que te hace feliz, siempre que lo hagas, claro está, como ellos te dicen.
Ya me jode llevarle la contraria a Kiko Veneno, pero es que hay tontos que no tienen tope, sobre todo si se trata de compartir esa fingida felicidad que, no sé cómo, siempre consiguen reciclarla desde su más absoluta miseria y no dejan a uno solo y feliz con la suya. Aunque sea durante un tiempo.
