Cada cuatro años, quienes saben de sobra por dónde viene el calor y por donde se tiene que ir, nos venden sus virtudes, pero se esfuerzan cada día, puntuales, por recordarnos sus defectos.

Si los seres humanos no fuésemos criaturas de costumbres, seríamos otra cosa. Qué sé yo, por ejemplo, presidentes de los Estados Unidos, o secretarios de organización territorial. Por eso, al contrario que esos seres especiales con los que compartimos existencia, que se mueven por códigos muy distintos, nos debemos a una rutina marcada, a una ensalada de rituales que nos hacen creer que nuestro devenir es más digestivo.
Solo así se explican ciertas cosas, como que cada vez que llega una nueva ola de calor nos tengan que recordar que lo suyo sería no correr diez kilómetros a eso de las doce del mediodía, hidratarse bien —lo contrario sería hidratarse mal, pongamos, con un Jack Daniels o un DYC con naranja— y evitar las zonas de sol, esto es, sorprendente sin duda, buscando las zonas de sombra.
Pero lejos de ser criaturas prácticas y ortodoxas, estamos hechas para la desobediencia civil, y en muchos casos, incluso para la criminal. De ahí que haya quien opte no solo por correr diez kilómetros al sol, si no hasta por los cincuenta hasta bien entradas las dos de la tarde, o quien en lugar del agua opte por uno o dos litros de cerveza mientras apura los retoques de un tejado o unos tramos de plataforma única. Puede que haya hasta quien se dedique, en lugar de a oficios honestos y livianos como la taxidermia o la venta de enciclopedias a domicilio, al de la política, con sus pros y sus contras. Esto es, aguantar a los contrarios, pero suspirar aliviado sabiendo que los tuyos están contigo, salvo que hayas estado cerca de quien se haya atrevido a ir más allá y apeste a pecado.
Qué más da, en cualquier caso; bien es sabido que en política todos tiran piedras, sabedores de que jamás golpearán lo suficientemente alto.
Algo así debe pasarle digamos a una de cada tres personas. Solo así se explica, haga calor o haga frío, que la corrupción no solo les resbale, sino que además tenga la propiedad de convertirse en proyectil. Y es que los medios de comunicación no solo sirven como una herramienta necesaria para recordarnos la venida inesperada de las olas de calor en julio, sino también como obligado altavoz de la limpieza ética de siempre. Nada hay más especial que un político que no aparece en los papeles, salvo un político que, por si acaso aparece, quiera sumarse al club de una asamblea, y le recuerde al mundo que su verdadero objetivo es el progreso. Qué menos que pagarle el esfuerzo con un merecido aforamiento.
A estas alturas, como para sorprendernos de que nos tengan que decir: cuidado, hace calor. Cada cuatro años, quienes saben de sobra por dónde viene el calor y por donde se tiene que ir, nos venden sus virtudes, pero se esfuerzan cada día, puntuales, por recordarnos sus defectos. Y todavía nos extrañamos de que haya muertos en las olas de calor. Lo raro es que no los haya por desmemoria democrática.
