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Si las vacaciones estuviesen sobrevaloradas las ofertaría una inmobiliaria.

A lo tonto llega agosto, la mitad del verano se ha esfumado como agua de pantano, y mal que les pese a algunos, bastante gente está ya de vacaciones. Yo nunca he sido amigo de pillarlas precisamente ahora. Siempre he pensado que agosto es ese mes en que todo se para, excepto las prisas por llegar, las malas maneras en la mayoría de los sitios, las masificaciones playeras, y desde que los periféricos somos de repente y sin saber cómo, paraíso interior, también las multitudes ribereñas y pantaneras, cuando no de festivalillo y hamaca de todo a cien a medio abrir mirando a una dehesilla.

Quienes seguimos funcionando desde las ciudades medianas notamos poco trasiego, salvo el de ese turismo que llaman “de calidad”, escaso y de actitud apática, de aventurero recién matriculado, ese que mira los monumentos con cara de estar oliendo las traseras de un establo, y dicen, consume de manera responsable, como un bebedor que lee la letra pequeña de los anuncios de su ron favorito.

Los aparcamientos se vacían, hay bares y establecimientos que eligen la primera o la segunda quincena para echar la persiana, y la poca cultura que se puede consumir el resto del año, de repente se oferta en horario puramente laboral. ¿Quién no va a querer ver cuadros de Eugenio Hermoso a las once de la mañana? Quien no esté de vacaciones, claro, por muy agosto que sea.

Los pueblos se llenan de los que un día se fueron, y regresan aunque solo sea para este rato de las vacaciones que dicen, está sobrevalorado, demostración de que entre todos hemos asumido que el mes por excelencia para escapar, quien puede, de la tortura laboral es, sí, agosto. No septiembre, ni febrero, ni marzo o abril, no. Agosto. Y se graba en piedra que la gran meta, en plena ola de calor, debe ser esa donde no hay una mísera sombra y la poca agua que a uno le moja ni siquiera es potable y sabe como un rape en descongelación. Agosto es un suplicio, para qué engañarnos. Pero disfrutarlo es posible sabiendo que septiembre viene después.

Celebremos por tanto a quien se las puede pillar ahora, o qué narices, a quien se las puede pillar cuando quiera. Celebremos que existan, y que existe quien piensa que el trabajo, eso que parece que en agosto no se puede hacer aunque algunos lo sigamos haciendo, tiene que ir menguando.

Celebremos que exista quien piensa que debería haber menos horas dedicadas a tener que trabajar, luego sería más fácil encontrar un hotel más barato, ver más a menudo a los abuelos, palpar eso que está lejos de la obligación. Sería más fácil no tener que irse de vacaciones en agosto.

Celebremos que las vacaciones estén sobrevaloradas por parte de quien parece estar de vacaciones todo el rato, que es lo que aparenta un político cuando está tan lejos de quien dice representar, que ya no se acuerda de donde viene, o peor, a dónde va.

Tanto es así que no contento con querer negarle derechos a quien viene con intención de adquirir aunque sea unos poquitos, se queja de los que ya los tienen. Sí, agosto es un suplicio, pero las vacaciones, sean ahora o cuando toquen, son un regalo, y un derecho conquistado hace ya tanto tiempo que es normal que quien las coge, pareciera con desgana, olvide lo que costó robárselas a quien decía representarnos entonces. Si las vacaciones estuviesen sobrevaloradas las ofertaría una inmobiliaria. Por suerte, todavía no hemos llegado a eso, pero viendo como está el percal, estamos cerca de querer que llegue otro agosto y ver si hay hueco para alquilar el mismo trocito de arena de siempre.

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