La libertad era esto: o los calamares y el cigarro, o la nada.

No sé cuántos años llevo discutiendo con mis padres sobre el tabaco. Me gustaría decir que desde que tengo uso de razón, pero no sé realmente cuándo empecé a invertir parte de ella en ese esfuerzo pertinaz contra el alquitrán y el benceno. Poco a poco dejé de esforzarme y me limité a evitarlo, a huir. El olor venció a la razón y a los datos científicos. Así que decidí esconderme de él. ¿Significa eso que dejé de combatirlo y que me rendí? Puede ser. También que usa lucha ya no era mía.
En un viaje que hice hace unos años a Zagreb, me sorprendió la terrible humareda que salía de los bares. No sabía que la ley europea antitabaco no había calado en la sociedad croata. Seguían fumando en los espacios públicos. La democracia había ganado. ¿Quién era el resto de no fumadores para ponerla en entredicho?
Cuando escuchaba a Ayuso enarbolando las terrazas y los bocadillos de calamares como caballo de batalla electoral acabé por entenderlo todo, aunque quizás ya venía entrenado, después de las caceroladas y las rojigualdas a pie de calle en plena pandemia. Mi concepto de libertad se resquebrajó: esto ya no iba de levantar sobre la solidaridad y la empatía un relato que contribuyese a hacernos a todos más libres, más saludables, más felices. No. Nos estaban empezando a vender que eso de ser libre iba de hacer lo que te diese la gana, y si a alguien le molestaba, que se jodiese.
Que el mundo ha estado siempre regular es una obviedad, y no debería alarmarnos hasta el pánico ver que aquí y allá se descompone todo tal cual lo conocíamos: ha pasado siempre, sí, no es motivo para bajar los brazos, también. La sociología, la historia, y todas las disciplinas primas hermanas de ellas que existen para estudiarnos como fenómeno más o menos paranormal insisten, es un proceso lógico, aunque trágico, de acuerdo. Lo realmente desalentador es que ese proceso se está llevando por delante principios básicos elementales. No hablo de empatía, ni tan siquiera de compasión, ni de sentido común. Se está cargando nuestra capacidad de consenso, está derrumbando todo lo que firmamos en piedra para seguir adelante. No sé si llamarlo humanidad, como una forma de justificar el devenir de las cosas, la inercia resignada de lo que somos, porque es una palabra que aguanta demasiadas acepciones, y no precisamente buenas.
Hasta hace no mucho sabíamos entender que una guerra no tenía justificación, hasta que nos enseñaron a hacer geopolítica y nos pusimos de perfil cuando tocaba, para justificarlas a conveniencia. Hasta hace bien poquito entendíamos perfectamente lo que significaba la aconfesionalidad de un estado, hasta que alguien nos dijo que no, que hay jerarquías en la forma de creer. Hasta hace bien poquito la libertad era algo más que comerse un bocata de calamares y fumarse un paquete en la puerta de un bar, aunque quemásemos el aire que todos respiramos. Hasta hace nada, interior y exterior eran conceptos clave para definir los límites entre el fumador activo y el pasivo, como si estar en una terraza respirando humos ajenos te mantuviese más lejos del cáncer que el salón de un bingo en el 95.
La libertad era esto: o los calamares y el cigarro, o la nada. Y hemos elegido el cigarro, porque la nada, que era todo lo demás, ya estaba ahí, y era muy complicado que después de tanta sangre, sudor y lágrimas, nos la fuesen a arrebatar. Pero qué cosas, nos la están robando. Y ahora que ya es evidente que queda cada vez menos nada que antes, al menos nos quedan las terrazas para celebrarlo. Y quien no fume, que se vaya a un parque, el único lugar donde los árboles ejercen su derecho a crecer sin coartar el de los demás a aparcar su coche sin que se les llene de hojas y mierdas de pájaro. No me digáis que no mola ser libre.

Magnífico, como siempre. Este alegato a la libertad, así expuesto, me gusta. Este texto tienes ese punto de ironía que hace interesante la apuesta por la libertad y no por lo libertario que algunos «fachorros» enarbolan. Estos tendrian que haber vivido en tiempos del enano cuando se prohibía lo crítico y todos estábamos obligados a ver la vida en blanco y negro.
Gracias Lázaro por este y por todos tus escritos. Un placer leerte.
Abrazote