Pilar Galán visitará la tertulia Página 72 en el 16 de junio. Presentará su libro «Si esto fuera una novela» editada por La Luna Libros. El evento tendrá lugar en la Fundación CB, Montesinos 22, a las 20:00 horas.

SOBRE LA AUTORA
Pilar Galán (Navalmoral de la Mata, 1967). Pilar se licenció en Filología Clásica. Es catedrática de Lengua y Literatura y miembro numerario de la Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes.
Ha ganado entre otros premios el Certamen nacional de la UNESCO, Miguel de Unamuno, Cuentos de invierno, Helénides de Salamina, San Isidoro de Sevilla, Hermanos Caba, etc.) y ha sido finalista en el NH de cuentos, A. Mª Matute y Max Aub.
Ha ganado también el primer premio nacional de periodismo Francisco Valdés.
Ha publicado siete libros de cuentos: El tiempo circular (EREX), Manual de ortografía, Diez razones para estar en contra de la Perestroika, Paraíso posible, Tecleo en vano, y La vida es lo que llueve (de la luna libros), y Túneles (Alcancía). Ha publicado cinco novelas Pretérito imperfecto, Ocrán-sanabu, Ni Dios mismo, Grandes superficies, y Si esto fuera una novela , y dos obras de teatro, Los pasos de la piedra y Miles gloriosus, todas en De la luna libros.
Escribe una columna de opinión, Jueves sociales, en El Periódico de Extremadura.
Coordina varios talleres literarios y ha participado en numerosas antologías y ciclos de conferencias, como los Diálogos con Pilar Galán en los que han participado numerosos autores.
Ha coordinado el Aula J.M. Valverde y hace años que coordina el Proyecto intergeneracional Contamos Contigo con varios centros de mayores.
Ha ganado el premio Giner de los Ríos a la innovación educativa junto con el grupo de trabajo Ars Docendi y ha escrito numerosas publicaciones sobre didáctica de las lenguas clásicas y sobre literatura y sintaxis.

SOBRE EL CONTENIDO DEL LIBRO
Dice Rubén Castillo de Si esto fuera una novela
En ocasiones, en muy raras ocasiones, ocurre que durante el viaje que realizamos por un libro se hacen verdad las palabras estremecedoras de Walt Whitman: “Lector, no estás leyendo un libro: estás tocando a una persona”. Y esa sensación poderosa, cálida, melancólica, cercanísima, me ha asaltado mientras devoraba (lo he hecho dos veces en apenas diez días) Si esto fuera una novela, de Pilar Galán (De la luna libros). Y por eso mismo no voy a entrar a discutir si se trata de una “novela”, de una “colección de recuerdos” o de “diapositivas narrativas”, porque la potencia literaria de este tomo aúna todas las etiquetas y las supera, logrando que sus líneas se graben a fuego en el corazón de la persona que está leyendo. Yo, concretamente, no recuerdo ningún otro volumen que me haya impresionado tanto en mis últimas dos décadas como lector. Así de radical. Así de claro.
Esa sensación vívida, burbujeante, me impregnó desde las primeras páginas, en las cuales la escritora extremeña manifiesta su renuencia a escribir este libro, su tristeza profunda por la muerte de sus padres, su languidez, sus añoranzas, su rememoración de episodios infantiles y adultos (hospitalizaciones, vaciado de la casa familiar, crecimiento de los hijos, constatación de que todo parece volver en forma circular o mágica). La mirada se queda suspendida en el vacío y acuden las imágenes del ayer, recortándose entre la niebla gracias a las palabras, que nos ayudan a entenderlas. Y está la vieja colección de recetas de cocina de la madre (dieciséis instrucciones); y la tristeza inútil de la niña Pilar bordando en clase de costura, rodeada de monjas ásperas; y sus dos hermanas, que la acompañan en un bloque casi chejoviano a la hora de buscar una residencia para la madre; y las mentiras inofensivas de la niña que fue francesa durante un rato, ante un público perplejo y dócil; y el columpio blanco que a lo mejor sí que era un astronauta; y los patos, que se fueron nadando libres y no volvieron jamás, pero que provocaron las lágrimas de sus dueñas; y una vida que se llena de literatura, o al revés, o las dos cosas, porque las fronteras nunca están claras cuando nos quedamos en silencio.
Créanme: no se puede resumir este libro, porque cualquier sinopsis incurriría en la torpeza y en la traición. Si esto fuera una novela es una cajita de oro puro, un cofrecito de memoria, un arca de vida bellísimamente rememorada. Acéptenme el consejo y acudan a sus páginas. Me lo van a agradecer siempre.
OTROS CRÍTICOS ESCRIBIERON SOBRE EL LIBRO
Juan Ramón Serra dice:
Hemos oído decir tantas veces que la novela es un género omnívoro, una especie de monstruo tragabolas, de voraz hipopótamo de plástico que, en su afán por ganar la partida, fagocita todo cuanto se encuentra a su alrededor, que no podemos entender el título del último libro de Pilar Galán, Si esto fuera una novela, más que como una suerte de duda retórica, más aún tratándose de alguien que, como ella, tanto sabe de Literatura. Doscientas diecisiete páginas de buena prosa. Por supuesto que es una novela. Qué duda cabe. Así lo corrobora, además, la cita del escritor Ford Madox Ford que abre sus páginas y que dice: “pues, según nuestra visión de las cosas, una novela debería ser la biografía de un hombre o un caso, y toda biografía de un hombre o un caso debería ser una novela”.
Despejadas, pues las posibles dudas sobre el género del libro, cabe preguntarse aún por qué ese título, y la respuesta podría ser que de ese modo se intenta subrayar lo mucho que hay de verdad en lo que se cuenta ‒lo que la colocaría en el subgénero de la llamada autoficción‒, pero también, tal vez, un deseo velado de que todo lo que se cuenta, de que todo lo sucedido, hubiese sido ficción y no realidad, terrible realidad.
Porque no es fácil ver a tus padres envejecer, ver cómo dejan de ser ellos, de ser tus padres, mientras tú misma dejas de ser hija y te conviertes no sé si en su madre pero sí en una especie de tutora permanente, y no es fácil tampoco contarlo, porque contar, cuando se quiere hacer bien, implica, incluso en el más veraz y sincero de los casos, una importante dosis de mentira, de artificio, de manipulación que nos hace sentir traidores con la memoria de esos seres tan queridos a los que de repente convertimos en personajes.
En este sentido, a lo que Pilar renuncia al poner por escrito su historia no es a novelar lo sucedido, sino al artificio de la trama, a ordenar los sucesos otorgándoles un sentido, ese sentido que la ficción suele ofrecer y que la realidad, por mucho que lo busquemos, normalmente no tiene. Y, a falta de trama, ella opta por un género híbrido, fragmentario, que nos recuerda al que ha venido practicando, de manera tan excelente y con tantos lectores (yo diría que lectores agradecidos, por lo bien que cuenta las cosas y porque se ha convertido en la voz de ese sentido común que tanto solemos echar en falta), como columnista de El Periódico Extremadura, con sus “Jueves sociales”, en los que lleva años ejerciendo de cronista de lo que sucede, no ‒por lo general‒ de lo que habitualmente se considera noticia, sino de la cotidianeidad, de lo que nos pasa a los ciudadanos de a pie o de lo que se nos pasa por la cabeza, a menudo tan absurdo y tan sin sentido.
Pues bien, en alguna medida, Si esto fuera una novela vendría a ser una sucesión de columnas extendidas, como si de cada una Pilar hubiera hecho el montaje del director, añadiendo escenas que, por limitaciones de metraje, habría omitido en el montaje original. Pilar nos ofrece, así, la crónica de un duelo por medio de una serie de columnas extendidas que funcionan a modo de episodios sin que el libro se convierta, por ello, en una sucesión caprichosa o meramente cronológica de textos en los que, de manera fragmentaria, nos cuente la historia de sus padres, la de su familia, la de la vejez, la de la pérdida, la suya propia. No.
En la organización del libro no hay capricho alguno. Yo diría que su organización sigue el propio orden del duelo, un orden que a veces puede parecer caprichoso, pero que no está exento de lógica, de azarosa y terrible lógica, y que pasa por la negación, por la aceptación, por la nostalgia y por el recuerdo pero no de una manera lineal o, mejor dicho, recta, sino dibujando una especie de espiral sinuosa que se va abriendo hacia el pasado con pausas y retrocesos y regresos al presente, en el que tanto nos falta y nos duele. Y diría también que el resultado acaba por tener algo de sinfónico, pues mezcla movimientos rápidos y lentos, pero también pasajes patéticos, terribles, con otros amables, divertidos, capaces de arrancarnos una sonrisa o incluso a veces la carcajada, pero también porque utiliza temas que se repiten, que regresan, sobre todo al principio, mientras, con un trabajo infinito, trata de encauzar una narración que se le resiste, que le da pereza y angustia afrontar, temas que nos hacen recordar de dónde venimos, qué música estamos escuchando, una música alegre y melancólica, a ratos muy triste, pero al final bella como la vida misma.
La sinfonía que nos regala Pilar Galán comienza con una mantis religiosa que sin querer muere aplastada y que acaba provocando un accidente doméstico que, más que la gota que colma el vaso, se convierte en un capítulo más en una serie de catastróficas desdichas, las que provoca la vejez en estos tiempos en los que la vida, por suerte, se alarga mucho más de lo que hasta hace poco hubiéramos imaginado, pero estrechándose a menudo más, muchísimo más, de lo que sería deseable.
A partir de ese episodio inicial, el relato merodea por los antecedentes y las consecuencias de la pérdida, primero la del padre de la autora, luego, poco más de un año después, la de su madre, para después irse centrando sobre todo en esta última y explorar quién era en realidad, pues, por sorprendente que pueda parecer, a menudo acabamos por no saber del todo quiénes eran nuestros padres.
Para ello da largos saltos atrás en el tiempo, hasta la posguerra, con toda su grisura, pasando por la larga crianza de cinco hijos en una época en la que tenía que trabajar como una bestia dentro y fuera de casa, por los desencuentros con su hija en la juventud y por el reencuentro definitivo entre las dos cuando la memoria de la madre empieza a desmoronarse, con episodios dramáticos y entrañables, como el de la pérdida paulatina del lenguaje mientras su nieto se esfuerza por aprender nuevas palabras, otros cómicos, como un tonto accidente con el coche, y otros verdaderamente trágicos, como cuando la gravedad de la situación obliga a buscarle una residencia, episodios contados con emocionante contención, con cuidado y enorme ternura, construyendo entre todos ellos un libro muy hermoso, un libro que a la vez sonríe y está triste, como el rostro partido de su autora, dividido entre la portada y la contraportada, diseño, por cierto, que inaugura una nueva colección de la editorial de la luna libros, la titulada “La luna del norte”, llamada a seguir radiografiando la creación literaria en Extremadura.
He de decir, por cierto, por lo que respecta a la editorial y a la edición, que hay algo en algunos de sus libros, y en particular en los que publican de Pilar Galán, que nunca me ha gustado. Me refiero a la costumbre de dejar un espacio en blanco después de cada párrafo. Me molesta porque lo habitual es que haya continuidad entre párrafos y que, cuando se introduce algún salto, sea para subrayar algún tipo de cambio, de personaje, de lugar, de momento temporal, y, cuando no se dan esos motivos, las líneas en blanco me desconciertan. Sin embargo, yo diría que en Si esto fuera una novela acaban por tener algún sentido. En primer lugar, porque lo que se cuenta no es fácil, porque es intenso, y esas pausas pueden servir para darnos en ocasiones un respiro, pero también porque convierten cada párrafo en una pequeña unidad narrativa cargada de significado, cargada muchas veces de dolor, otorgándole al texto un cierto aspecto de prosa poética, como en muchos casos lo es, por el mimo con el que está contado todo y por el acierto en arrimar palabras sencillas pero que juntas se inflaman y nos hacen ver las cosas como son, como ‒por poner un ejemplo que se me viene ahora a la mente‒ ese “sol de manteca” que aparece varias veces al principio del relato y que tan bien retrata la atmósfera física y sentimental de esos días.
Hablaba antes de lo difícil que le hizo a la autora arrancar, lanzarse a escribir el relato.
Pues bien, por lo que cuenta, tampoco le resultó nada fácil abandonarlo, por razones, supongo, personales (pues cerrar un libro así es fosilizar el recuerdo, lo que en unos aspectos puede resultar un alivio pero en otros es verdaderamente desolador), pero también narrativas, porque, cuando las cosas no son lineales ni tienen propiamente un principio y un fin, cuando van dando vueltas, ensayando círculos ‒que diría Álvaro Valverde‒ o amagando movimientos orquestales, es difícil encontrarles un remate adecuado, un chimpún que le haga entender al público que la sinfonía ha terminado y que el relato ha llegado a su fin.
Pero el final llegó, por supuesto (si no, no estaríamos aquí todos estar tarde), gracias a una feliz sugerencia de su marido (preocupado tal vez al verla encadenada a la escritura sin fin de un mismo, doloroso relato), y, sin desvelarlo, les diré que es verdaderamente emocionante, que es coherente con un relato que no es convencional, que a menudo se enreda y se complica y deja hilos sueltos como la propia vida, que aúna de una forma muy bella lo textual y lo textil, tan presente cuando habla de su madre, y que me parece el remate perfecto para un libro excepcional que supone el esperado regreso de Pilar Galán a la novela y que esperemos que le sirva además de impulso para, dentro de no mucho, volver a ofrecernos nuevas ficciones.
Manuel Pecellín dice de nuestra autora:
(Vuelve Pilar )con una entrega largamente madurada durante el lustro último, que, según nos dice en no pocas de estas páginas, ha vacilado mucho en escribir y darla a luz, con la duda de a qué género atribuirla, según el título recoge: Si esto fuera una novela. (Se questo è un uomo, decidió llamar Primo Levi su famoso relato sobre la experiencia en Auschwitz). Galán ha calificado el suyo, en los distintos pasajes de metaliteratura que contiene el libro, como historia (familiar), tricotaje literario (entre fantasía y realismo), narración de ida y vuelta sin estricto orden cronológico.
Pero, quién define hoy lo que pertenece o no al campo novelístico? … Escritura catártica en cualquier caso la de Galán, de ternura y desnudez desbordantes, capaz de obligarnos a examinar el propio currículum y ver de compararlo con otro, el de la autora, que se nos antoja modélico en diferentes sentidos.
Sin duda, lo más sustancioso del exquisito texto es seguir las fases de la metamorfosis que, en relación a sus padres, ha ido experimentando la autora, en compañía de los hermanos, desde su infancia y adolescencia, al fallecimiento de los progenitores. Más allá de los famosos complejos de Edipo o Electra, hacia nuestros padres experimentamos un cúmulo de sentimientos que, según avanzan las edades, ayudan a entenderse mejor e incluso a asemejarnos más a aquellos (especialmente, luego que los hijos engendran y crían), si no es que enfermedades y achaques obligan a invertir las funciones del cuidado en hogares (cada vez menos), hospitales o geriátricos.
Mientras la figura paterna se va difuminando casi desde los primeros capítulos, la de la madre, a quien la obra está dedicada, va constituyéndose en la gran protagonista (junto a la escritora), tan diferentes entre sí, tan similares también sobre todo en los años de senectud de una y madurez de la otra. Son multitud las anécdotas que de aquella gran mujer van evocándose. Nos permiten calibrar su valía como maestra, educadora, costurera, enfermera, cocinera y amiga, la auténtica mantenedora de un hogar feliz, con cinco hijos juguetones y un esposo casi desdibujado. Bien merecía el cuido que Pilar y sus hermanas supieron darle cuando ya no pudo desempeñarse autónomamente.
Si esto fuera una novela tampoco está lejos de la bio y autografía, el libro de memorias, el soliloquio, el relato breve e imaginativo, el cuaderno de lectura o el apunte existencialista, que de todo ello hay.
En cualquier caso, la construcción es admirable y su prosa constituye un extraordinario ejercicio de cadencia y recursos literarios múltiples. Aduciré la riqueza de alegorías y metáforas, así como el de excelentes sinestesias tipo “cierra los ojos deslumbrados por una luz ácida, como de zumo de limón” (pág. 104).
Referir e inventarse vidas, contar o suponer experiencias reales o imaginadas, sirve lo mismo para construir textos que ayuden a sublimar motivaciones de lo que fuimos, somos y quizás seremos.
Miguel Ángel Lama en su blog Pura Tura comenta sobre este libro:
En la condicional de los conocidos versos de Pedro Salinas «¡Si me llamaras, sí; / si me llamaras!», el grado de improbabilidad puede depender del día del amante; pero la firmeza de su deseo es tan grande como su determinación en caso de cumplirse: «Lo dejaría todo». En el título Si esto fuera una novela (Mérida, De la luna libros, 2023) no se apreciaría deseo alguno si la apódosis fuese algo así como «no estaría en esta sección de la librería». Sin embargo, el título de este libro testimonial e íntimo de Pilar Galán no es más que un deseo irrealizable, el que cabría formular como Ojalá esto fuera una novela. De serlo, sus componentes, desde los espacios a los personajes, podrían ser ficticios, y los acontecimientos deseablemente no vividos. Sin embargo, no. La contundente realidad de la madre muerta convierte la expresión del deseo en un intenso lamento. Por eso, leemos: «Si esto fuera una novela de verdad y no un río o un arroyo cuajado de margaritas o un charco convertido en espejo de hielo, o un regalo en el que un palo o un junco caprichoso dibuja ondas una siesta aburrida de agosto, podría mentir y revestir este capítulo con el halo sobrenatural de un amanecer en el que, como los amantes de la película, el lobo y el halcón, por fin pueden encontrarse una madre y su hija» (pág. 138). «Podría mentir», dice la narradora con toda claridad. La película es Lady Halcón (1985), que merece un capítulo del libro con ese título (págs. 135-141), que evoca la leyenda medieval de los amantes condenados al amor imposible de ser ella halcón de día y él un lobo por la noche y a verse tan solo un instante al amanecer, como metáfora muy sugerente de lo fugaz que es el momento en que confluyen la madre necesitada convertida en niña y la hija ya adulta encargada de los cuidados de su otra. Pilar Galán ha escrito un libro emocionante. Estuve de acuerdo con uno de sus personajes —la hermana mayor—, que me dijo que es de lo mejor que ha publicado. Y no por el puro y descarnado sentimiento del recuerdo de una pérdida («Por eso escribo. Por eso duele tanto lo que escribo, porque cada palabra sostiene el peso de las que no están, porque cada palabra trata de llenar un vacío y al mismo tiempo, dejar en blanco el recuerdo de una ausencia que no puede leerse entre líneas», pág. 145), ni por la función que la escritura tiene como «tabla de salvación» (pág. 212), ni por la cercanía de lo real vivido y de unos personajes identificables y conocidos por tantos lectores («Para qué la ficción si la realidad siempre está por encima de la literatura», pág. 69). No. Si esto fuera una novela es brillante por la naturalidad y la sencillez puestas en lo que con sigilo se hace grande, como quien teje una labor de punto que va creciendo o una colcha de lana sin que se le noten las costuras (pág. 213); por la constante autorreferencialidad al texto, a la escritura que va avanzando por tanteo («Este libro avanza solo, pero no en línea recta», pág. 109), con muchas dudas, como un devaneo de la memoria y sobre la figura principal evocada, a costa, sí, de un padre secundario. Es brillante porque no da puntada sin hilo sobre un texto que es un entramado de piezas, sabiamente conectadas, a través de motivos recurrentes o hilvanes —los cuchillos que escondía la hermana mediana y que aparecen desde el principio hasta el final— o por el eje que es un capítulo como «Balance», único encabezado por un lema —de Michi Panero—, vigésimo de cuarenta y tres, y fundamental por sus conexiones con otros momentos del texto y para el sentido de todo. Un extraordinario libro de familia. P.S.: propongo a Pilar taka-taka como nombre de aquel juego de las bolas que no logró recordar (pág. 135); y la expresión que escuché de Elena Vilariño sobre su tía Idea, la escritora uruguaya, para decir que se le daban bien las plantas, como al don Alfonso de los últimos años: «tenía mano verde».

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